viernes, 20 de febrero de 2009

La primera muerte de una mujer maltratada es la de la angustia del miedo. La primera muerte de un maltratador es el descubrimiento de que él no es nada, puesto que necesita ejercer la violencia sobre una persona para creerse alguien. Incapaz de amar, la posesión representa su territorio: el de las alimañas prestas a devorar a su presa, no antes de haberla matado de terror. De manera que autoinvertirse de dueño le reporta al agresor estos privilegios: puede herir y vejar, ya que le asiste la potestad de infligir una herida o una humillación por el mero hecho de poseer dos piernas, dos brazos y una lengua capaces de causar dolor; asimismo está facultado para matar en vista de que le ha asistido desde siempre la indolencia de un sistema legislativo cuyo eje era la honra del marido y el mantenimiento de la hombría y de la superioridad masculina sobre la mujer, su cenit. Todo ello al objeto de moldear, estirpe tras estirpe, al hombre de Calderón, con infinita más trascendencia para el futuro de las relaciones de pareja que el hombre de Cromagnon.



Soledad Galán: Diario de Sevilla, 5 de diciembre de 2004 (adaptación)

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