martes, 5 de febrero de 2013

De vez en cuando (muy de vez en cuando) digo alguna cosa, que, al menos en mi cabeza, suena a sabiduría. Parece que puedo ver con claridad como funciona el mundo, la gente, la suerte y la vida. Me lleno de calma y abandono el rencor, que nos hace ser tan humanos y creer que el otro se equivoca, y sentir que el otro se equivoca, y, odiar que el otro se equivoque. Pero bajo la calma y el sosiego, es muy facil discernir que, tú siempre te equivocas, yo siempre me equivoco, ¿Cómo sería entonces capaz, minimamente, de odiar al de al lado por hacer lo mismo? ¿Cómo podría entonces sentir que tengo razón y no soy yo el que está errando? Es entonces cuando me abandona la sabiduría, a nadie le parece sabio un inseguro. Los sabios afirman, sin lugar a dudas, exactamente cómo son las cosas, sin pararse a pensar en opiniones, ni mucho menos en el de al lado. Qué le den al de al lado, yo soy sabio, y él un idiota. Mi calma desaparece, y toda la claridad que me dejaba ver la vida cómo es se va con ella. Y siempre, al final, mis ideas huelen igual de mal que las de cualquiera.

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